Los abusadores y la felicidad

¿Qué hacer para mejorar la situación de los excluidos en la sociedad chilena? Sabemos que la base de toda democracia es el respeto al Estado de Derecho, a las libertades y las reglas del juego que ella se impone. La tarea es lograr el desarrollo y la igualdad en forma simultánea, sin perder la libertad. La libertad de emprender no puede poner en duda el derecho de los desposeídos a participar plenamente dela vida social, política y económica.
A propósito de que hace poco se conmemoró un aniversario más del día de “la felicidad” instituido por la ONU, creo que es atingente preguntarse si, dado que en Chile somos más desarrollados que hace 30 años atrás, somos por ello más felices.
Otra pregunta que seguramente se hacen los lectores es si nuestra democracia ha logrado un mayor control sobre los poderosos o, por el contrario, los niveles de opresión y desigualdad se han acrecentado. ¿Hemos ampliado los chilenos, a través del progreso económico, nuestras libertades? ¿Tienen más oportunidades los ciudadanos?
Otra duda que merece respuesta es: ¿la riqueza que el libre mercado ha generado en estos últimos 30años, ha creado prosperidad, para la mayoría ciudadana? ¿Esta prosperidad va acompañada de mayor y mejor educación, más democracia, más participación? ¿Se ha creado una red de protección eficaz para los más desposeídos? ¿Hay más libertades políticas, más oportunidades sociales?
El libre mercado no puede dejarse al libre albedrío. Es necesario, como dice Adais Turner en su libro Capital Justo, la Economía Liberal, un conjunto de transferencias y de impuestos redistributivos que pongan a la economía de mercado al servicio de fines más amplios. Es decir, el libre mercado es sólo concebible con una correcta distribución de la riqueza.
Pero lo anterior no basta: El Estado tiene que regular a las empresas privadas que manejan servicios públicos, como el agua, la electricidad, la educación, la salud, la previsión y otros servicios vitales.
Es tan irritante ver que Aguas Andinas, hace lo que quiere con nuestro derecho a tener agua asegurada para nuestros hogares; cómo las isapres y AFPs se burlan de los derechos a una salud y jubilación decentes a vista y paciencia de quienes tienen la obligación de controlarlos. Los abusadores en el retail, la banca, la educación, las comunicaciones y muchos otros rubros actúan sabiendo que sus víctimas no tienen quién las defienda. No en este gobierno. Las medidas de parche no sirven: en general, son pocos los empresarios con responsabilidad social empresarial en nuestro país. Por ello se necesitan leyes draconianas que protejan al ciudadano.
Chile está pasando desde estructuras económicas y sociales premodernas a modernas y esto implica consecuencias, entre otras, el despertar las esperanza en vastos sectores de una vida mejor.
La globalización trae consigo muchas oportunidades, pero para países como el nuestro, también muchas desigualdades. El trabajo se ha precarizado, la ampliación de las oportunidades ha dejado a gran parte de la población marginada. Como diría alguien, “mientras los ciudadanos duermen, los poderosos hacen y deshacen”.
¿Qué hacer para mejorar la situación de los excluidos en la sociedad chilena? Sabemos que la base de toda democracia es el respeto al Estado de Derecho, a las libertades y las reglas del juego que ella se impone. La tarea es lograr el desarrollo y la igualdad en forma simultánea, sin perder la libertad. La libertad de emprender no puede poner en duda el derecho de los desposeídos a participar plenamente dela vida social, política y económica. No hay posibilidades de plena democracia cuando los derechos fundamentales no son respetados para todos los ciudadanos.
La democracia tiene como una de las tareas centrales crear lo que el filósofo israelí Avishai Margalit califica como una sociedad decente. “Una sociedad en que las instituciones no nos humillen. Es una sociedad civilizada en que los individuos que la componen no se humillan unos a otros. En que la tolerancia con los sueños y las opciones de los demás sea instintiva y común”. Para Ulrich Beck, en su libro “La Sociedad del Riesgo”, la sociedad que se ha construido en los países desarrollados a partir de la globalización trae muchos beneficios y es, ante todo, una oportunidad.
Eso es cierto, pero también es cierto que ha significado el fomento del capitalismo especulativo, que no necesita del manejo de empresas productivas y menos de gastos sociales o responsabilidades ciudadanas.
En nuestra situación, la globalización ha aumentado la brecha entre ricos y pobres, ciudadanos urbanos y rurales, jóvenes y ancianos, producción y ecología, tradición y cultura multinacional, por nombrar algunos fenómenos que nos afectan.
Nuestra sociedad ha cambiado y esos cambios hay que tomarlos en cuenta, para construir lo nuevo. Tenemos la decisión y el liderazgo de Michel Bachelet, pero eso no basta: los partidos políticos progresistas agrupados en la Concertación tienen la responsabilidad de estar a la altura.
El porqué los partidos políticos están fuertemente cuestionados por parte de la opinión pública nacional es un fenómeno al que tenemos que poner atención, dado que no es posible una democracia sin partidos sólidos. Los partidos políticos son producto de relatos sociales y su razón de ser es la búsqueda permanente del bien común. No es posible un proyecto país democrático, si no se produce primero el cambio en las estructuras anquilosadas de nuestros partidos. La competencia en primarias para todos los cargos de elección popular, es el primer paso, pero no basta.
El fracaso del Gobierno del Presidente Piñera y la desesperanza que traen consigo las incumplidas promesas de campaña, no son un cheque en blanco para el eventual gobierno de la Concertación. No, la ciudadanía no está dispuesta a un mero cambio cosmético, que signifique la administración del actual estado de cosas.
Creo que en general las preguntas que nos hacemos al inicio de este artículo tienen pobres respuestas. En efecto, somos más desarrollados que hace 30 años, pero la precariedad y desarrollo de nuestra institucionalidad democrática deja mucho que desear. Los niveles de desigualdad social escandalosos no son posibles de soportar por más tiempo.
Es evidente que el relato que configuró a los partidos de la Concertación cumplió ya su tarea. Hoy día, si quiere gobernar, el llamado es a ampliar su base de sustentación, con un programa de gobierno que produzca cambios profundos, que nazcan de escuchar los movimientos sociales e interprete los anhelos que están emergiendo con la exigencia de más democracia y participación.