Monday, November 8, 2010

El Ciudadano y el Poder

El Ciudadano y el Poder

Claudio Vásquez Lazo, Ex Embajador


En mi vida política he pasado por muchos momentos difíciles: exilio, prisión, discriminación xenófoba, pero nunca mal trato funcionario. En efecto, hace poco viví en carne propia un trato humillante y vejatorio por parte de un recién nombrado funcionario público.

Lo anteriormente relatado, y sin entrar en detalles, me llevo a reflexionar sobre el poder que se obtiene por la vía de los diversos procesos políticos.

La política tiene muchos significados, pero aquí la usamos en el sentido más restringido del término, que alude específicamente a la lucha por la elección de los cargos mas importantes del Estado: en definitiva, es el intento de ganar posiciones para influir en el modo que se ejerce el poder estatal.

Max Weber, en sus escritos “Política como Profesión”, distingue dos nociones de la política: una más restringida, entendida como todo lo relacionado con la adquisición, la distribución y el ejercicio del poder del Estado. En su versión más amplia, más general, la política tiene que ver con cualquier conjunto de relaciones de subordinación, es decir, de dominio o mando por un lado y de obediencia por el otro, aunque no se den en el marco de un Estado, ni se haga uso de los recursos del mismo.

Para Foucault, los aspectos relacionados con el poder que se presentan en el desenvolvimiento social no pueden ser referidos sólo y exclusivamente a la estructura económico-política. La importancia de las construcciones culturales para explicar el comportamiento humano de un determinado período está presente en toda la reflexión de Foucault: El poder no es concebido bajo una forma única, sino plural y presente en el comportamiento cotidiano del individuo.
Para Carlos Marx, el desenvolvimiento de la economía y de la reproducción material de la vida es el punto de partida de su construcción teórica. En efecto, todo está atravesado por el enfrentamiento de las clases fundamentales de cada modo de producción. En Marx, la instauración del comunismo sería el triunfo sobre el uso y distribución de los recursos y también la herramienta para superar los conflictos históricos que caracterizan el desarrollo humano.
Desde la antigüedad, el tema de la política ha estado vinculado a la cuestión de las diversas formas de poder del hombre. Del griego Krátos, fuerza, potencia, y archia, autoridad, nacen los nombres las antiguas formas de gobierno que se usan todavía hoy, como: Aristocracia, democracia, plutocracia, monarquía, oligarquía e igualmente todas las palabra imaginadas para designar formas de poder político (burocracia, partidocracia, poliarquía etc.). Aristóteles distingue tres formas típicas de poder basados en el diferente tipo de sociedad en el que se aplica: el poder del padre sobre los hijos, el del amo sobre los esclavos y el del gobernante sobre los gobernados; en este último caso el interés con que se ejerce el poder es el político e involucra a las dos partes que componen la relación, lo que es llamado “bien común”.

En Atenas (siglo VI a.C.) la ciudadanía la tenían los varones adultos (en edad militar), siempre que fueran hijos de padre y madre ateniense y libres por nacimiento. Esta limitación era muy importante porque la relación libres-esclavos era de uno a cuatro. La plenitud de los derechos políticos –que constituye el contenido mismo de la ciudadanía- no se concedía a los pobres.

Como podemos ver, según el profesor y filólogo Luciano Canfora, en la cuna de la democracia los ciudadanos socialmente más débiles tenían serias dificultades para ejercer la calidad de tales, a pesar de que el concepto de ciudadanía predominante en la época clásica consistía en la equiparación del ciudadano con el guerrero. Durante mucho tiempo el guerrero tenía que costearse la armadura y por ello la noción ciudadano-guerrero se equiparó a la de propietario.

La ampliación de la ciudadanía en Atenas está ligada directamente a la necesidad de tener guerreros para su flota y al nacimiento del imperio marítimo. Así, muchos atenienses pobres lograron su calidad de ciudadanos. En todo caso, los grupos dirigente son siempre los mismos: representantes de la clase alta.

Si queremos definir a la democracia convengamos con Norberto Bobbio, quien define la democracia con tres principios institucionales: en primer lugar como “un conjunto de reglas (primarias o fundamentales) que establecen quién está autorizado a tomar decisiones y mediante qué procedimientos”; a continuación, diciendo que un régimen es tanto más democrático cuanto mayor cantidad de personas participa directa o indirectamente en la toma de decisiones; por último, subrayando que las elecciones deben ser reales.

El sociólogo francés Alain Touraine, coincidiendo con Bobbio, nos dice que ”la democracia descansa sobre la sustitución de una concepción orgánica de la sociedad por una visión individualista cuyos elementos principales son la idea de contrato, el reemplazo del hombre político según Aristóteles por el homos oeconomicus”.

La realidad política actual en el mundo y particularmente en nuestro país es muy diferente al modelo que nos proponen Bobbio y Touraine. En efecto, los partidos políticos, sindicatos, organizaciones gremiales, poderes fácticos, le quitan autoridad al pueblo que supuestamente es el soberano; los intereses particulares no desaparecen y en el caso de Chile, las oligarquías se mantienen. Touraine nos dice en su libro ¿Que es la Democracia?: “Por último, el funcionamiento democrático no penetra en la mayor parte del dominios de la vida social, y el secreto, contrario a la democracia, sigue desempeñando un papel importante; detrás de las formas de la democracia se construye a menudo un gobierno de los técnicos y los aparatos”.

Al Estado, nos dice Raymond Geuss en su libro Historia e Ilusión en la Política, ”le interesa obviamente presentarse no sólo como un agente que desempeña una variedad de funciones y proporciona ciertos servicios, y cuyas órdenes es racional que se tomen en serio sus miembros, sino como un agente que debe ser obedecido categóricamente”

Para mí, el poder en democracia se ejerce cuando está legitimado por el pueblo soberano en elecciones libres e informadas. Una promesa de obediencia o un contrato social sólo es posible y coherente si es producto de aceptación explícita y consentimiento.

En la Edad Moderna, podemos distinguir los malos gobiernos como: paternalistas, en los que el gobernante se comporta con sus súbditos como si fueran sus hijos y por consiguiente como eternos menores de edad, o despóticos, en los que el gobernante trata a los gobernados como si fuera el patrón. Estas dos son formas degeneradas de aplicación del poder político.

Con el nacimiento del cristianismo y la institucionalidad religiosa que de éste emana se desarrolla una organización de poder jerárquico. Todo poder que se afirma en la supremacía de la obediencia ciega es anómalo porque permite las tropelías y corrupción que podemos constatar en la historia.

La búsqueda de la obediencia y el servilismo no es privativa de los círculos eclesiásticos. En efecto, muchos líderes políticos no aceptan la igualdad en las relaciones políticas y buscan la obsecuencia como respuesta.

Maquiavelo, en el capitulo XVlll del Príncipe, describe las cualidades que debe poseer quien tiene en sus manos el destino de un Estado; dice que ha de combinar las propiedades del león y del zorro, es decir la fuerza y la astucia: estas son dos características que no tienen nada que ver con el fin del “bien común”, sino que se refieren al objetivo inmediato de conservar el poder, con independencia del uso público o privado que el gobernante quiera hacer del poder.

La pregunta es: ¿por qué aspiramos al poder político? Dejemos que el citado Geuss nos responda: “Creamos y reproducimos estructuras políticas porque pensamos que tendrán algunas propiedades que deseamos, pero en general entre éstas se contara la capacidad de la institución en cuestión para producir ciertos efectos o permitirnos conseguir determinados fines”

En nuestro caso, el concepto poder político lo entendemos como la capacidad para realizar cambios en nuestra desigual sociedad y su utilización es parte de lo que llamamos “servicio público”.
Muchos se habrán encontrado con poder de un día para otro y no saben como lidiar con el. La paradoja es que muchas veces el poder destruye a las personas: las transforma en abusadoras, déspotas –ilustradas o no- que no entienden que el poder se va como llegó: por obra y gracia del ciudadano que lo eligió o nombró en un cargo de elección popular o en el aparato del Estado.

Elogio de la Amistad

8 de Noviembre de 2009
Elogio de la Amistad

Por Claudio Vásquez Lazo*

Sepultamos a Carlos Rubio Sandoval (el Cacho Rubio), ex Jefe de Gabinete del Presidente Ricardo Lagos. Se fue repentinamente, como en aquellos aciagos días de la dictadura militar, pero ahora sin retorno. Físicamente nos queda el recuerdo de sus mostachos y cabellera tempranamente alba, pero sobre todo nos queda el recuerdo de su profunda humanidad con los más pobres y su inquebrantable y permanente preocupación por la suerte de sus amigos.
El Cacho Rubio tenía muchos amigos: algunos cientos de esos estaban en la despedida final en el camposanto. En efecto, habíamos de todos los pelajes y de las distintas parroquias políticas, pero la mayoría estaba compuesta por ex mapus que hoy adornan el variopinto mapa del escenario político nacional.
En el exilio romano muchos de nosotros fuimos acogidos por Cacho y Sabine en su departamento. Siempre abierto a escuchar y entregar fraternal apoyo. En la ex capital de la RFA, Bonn, siguió su lucha contra la dictadura militar.
Su amistad era llana y sin dobleces, sin pedir nunca nada, pensando que pronto estaríamos todos en un Chile democrático.
El reencuentro en el sepelio con tantos conocidos y algunos amigos me hizo reflexionar sobre el valor de la amistad y lo que ella nos deja con el transcurrir de los años. Por momentos pensé: ¡el Cacho sí que tiene amigos! Y tantos como uno nunca pensó tener.
En este escenario, pletórico de amigos, puedo decir que sentí esa sensación de arropamiento que seguramente siente el bebe en el útero materno y que acompaño al Cacho en su último adiós.
Han transcurrido casi dos años de un episodio funesto que me afectó a raíz del caso del Registro Civil e Identificación: nunca me sentí más aislado y desolado, ni siquiera cuando fui detenido y torturado en el Perú a finales de los años setenta. Episodio que, entre paréntesis, recién conocen algunos de mis familiares.
En momentos difíciles como éstos uno recurre a sus amigos, pero he descubierto que amigos tengo muy pocos y la pregunta que me da vueltas es: ¿por qué estoy tan solo?
Las respuestas pueden ser muchas y quiero acercarme a algunas que me parecen relevantes. Según el escritor marroquí Tahar Ben Jalloum, en su libro "Elogio de la Amistad", la amistad es una religión sin Dios, sin juicio final y sin diablo. Una religión no ajena al amor, a un amor donde se proscriben la guerra y el odio, donde es posible el silencio.
Siempre pensé que tenía muchos amigos, pero no. Fueron quedando en el camino con el transcurrir de los años, por mis propios errores y las expectativas no cumplidas por pedir a algunas amistades más de lo que ellos y yo podíamos dar.
A algunos de mis amigos los conocí en momentos difíciles de nuestra convivencia cívica: tiempos en que la amistad tenía significado de vida o muerte. Era la diferencia entre la cárcel o la libertad; el heroísmo extremo y la traición falaz. De esos amigos, de tiempos difíciles, algunos desaparecieron asesinados o de muerte natural y otros de indolencia y olvido. Otros -los más- quedaron en los países en los que viví mi exilio.
La amistad hay que cuidarla: "Es un valor infrecuente y demasiado apreciado para que se maltrate o descuide con comportamientos subidos de tono o simplemente despreocupados", nos dice Ben Jelloum.
A principios de los noventa, durante el gobierno del Presidente Aylwin tenía muchos amigos: claro, era jefe de gabinete de un gran Canciller y tenía cierto peso político. Aparentemente, tenía muchos amigos por conveniencia y eso es así en el transcurso de la vida de una persona. Pero como dice el ya citado escritor marroquí, el tiempo es el mejor constructor de la amistad, también su testigo y su conciencia.
Más arriba les decía que hoy, después de más de sesenta años de vida, a los amigos los puedo contar con los dedos de mi mano. ¿Por qué tan pocos? Una explicación podría ser la que nos da Cicerón y que me interpreta plenamente: la mayor parte de las personas quiere con gran injusticia, por no decir desvergüenza, que sus amigos sean tales como ellos mismos no pueden ser; y exigen de los amigos lo que ellos no están dispuestos a hacer por éstos. Lo justo, por el contrario, es que comencemos por ser buenos nosotros y busquemos luego a otro que se nos parezca.
Durante cuarenta y cinco años he sido militante de un partido político y muchos pensarán que de esa cantera tengo muchos amigos: nada más alejado de la realidad. La pregunta que usted se formulará: ¿y por qué no?
En la política partidaria los amigos aparecen -cuando se tiene poder- como moscas al pastel, como burócratas al poder: por interés, sin lealtades y con mucho arribismo y mezquindad. Fraternidad y fidelidad son ilusiones que sucumben ante la lucha por el poder, que está supeditada- casi siempre- a lo funcional que puedan ser para el caudillo de turno.
Es frecuente -y yo lo he sentido profundamente en este tiempo- sentirse traicionado, estafado y humillado por alguien en quien se confiaba.
Citemos a Rutebeuf para graficar este sentimiento: "Cuantos amigos me traicionaron, mientras Dios me acosaba por todos los flancos y ni uno de ellos vi acercarse a mi casa. El viento, creo, me los arrebató: el amor ha muerto".
En los partidos políticos, la amistad es un valor mercantil, interesado y por lo tanto de gran fragilidad. No se puede hablar de amistad en este caso, pues no es honesta y transparente. No es amigo quien no habla con sinceridad y franqueza; quien nos miente y finge sólo para ganar adeptos. La política altera la naturaleza de la amistad y la arruina,"cuando se habla de amistad política a menudo no es más que un encuentro de intereses".
Atributo indispensable de la verdadera amistad es la franqueza: decir lo que se piensa, sin herir, esta es una exigencia amistosa, nos dice el escritor marroquí. El recibir un consejo correctivo de un amigo y aceptarlo es muchas veces difícil.
Los asuntos de dinero son otro elemento que a menudo matan la amistad: si pido prestado dinero a un amigo a sabiendas que no puedo pagarle en el plazo estipulado y quizás nunca, eso mata la credibilidad y ocasiona un daño material y también afectivo que muchas veces es irreparable.
En momentos de crisis económica, quedar cesante y cuando no se tiene ahorros pasado los sesenta es un desastre de proporciones. En efecto, desde hace un año soy parte del sector de capas medias sin protección social: la atención de salud de la familia la tenemos gracias a una tarjeta Prais (para exonerados políticos), sin muchas esperanzas en el sector privado y con un Estado que nunca fue benefactor.
Como dice Zygmunt Bauman en su libro "Trabajo, Consumismo y Nuevos Pobres": En estos días, los pobres no unen sus sufrimientos a una causa común. Cada consumidor expulsado del mercado lame su herida en soledad; en el mejor de los casos, en compañía de su familia, si ésta no se ha quebrado todavía. Según Bauman, los consumidores fracasados están solos, y, cuando se les deja solo mucho tiempo, no vislumbran las posibilidades que la sociedad puede ayudarlos, no esperan ayuda tampoco y no creen que su suerte pueda cambiar a ser que no ganen la lotería u otro juego de azar.
Cuando estás en la situación arriba descrita, muchas veces la amistad es sólo un espejismo. Para aquellos en que uno creyó ver un amigo, te conviertes en un cacho el que no se quiere ver.
Con el escritor marroquí comparto el terror y convencimiento de "que sin amistad, la vejez será difícil de llevar y horrible". En todo caso, quiero hacer una declaración de amistad a todos aquellos a quienes fallé, enojé o humillé. A todos ellos pido sinceras disculpas. Si de mí dependiera ahora, daría cualquier cosa por conservar la amistad de tantos amigos que fueron como mi familia, que me dieron tanto y yo tan poco.
Mi aspiración hoy día es que cuando muera tenga un tercio de amigos de los que deja Carlos (Cacho) Rubio.

*Claudio Vásquez Lazo, ex embajador.

Thursday, November 4, 2010

Sociedad Decente, Sociedad Feliz

Sociedad decente sociedad feliz

“La política debe concurrir a este propósito. Por desgracia, en buena parte del mundo la política tradicional genera lo opuesto: infelicidad, incertidumbre y desesperanza en las personas.”

MÁS FELICIDAD PARA CHILENAS Y CHILENOS es un documento profusamente discutido en los círculos diligénciales del PPD. Ante el bicentenario estamos confrontando ideas y propuestas que nos permitan seguir construyendo un Chile libertario, que combine el desarrollo económico con niveles progresivos de igualdad y bienestar. Podemos decir que en nuestra corta vida -recién celebramos 20 años- nos hemos cateterizado por ser el partido del cambio. Calamos hondo con nuestro mensaje en un sector ciudadano.
Ampliar las libertades ciudadanas, garantizar mayor acceso femenino a niveles de decisión, respetar a la Tierra ; aceptar la diversidad sexual, respetar los derechos del niño, el anciano y las etnias; impulsar reformas a la educación, laborales y previsionales: ésas han sido algunas de nuestras preocupaciones. El desafío que tenemos es aprender de los errores pasados. Imaginar la sociedad que queremos requiere un dáalogo confrontacional de ideas, parecido a la discusión teórica producida en la mesa del PPD por la atingencia de poner la idea de felicidad como un eje central del discurso político partidario.
El Gobiemo de la Presidenta Bachelet ha puesto énfasis en los cambios reales y en la Concertación somos mayoría los que pensamos que el movimiento social quiere una patria inclusiva, donde libertad, igualdad Y felicidad sean prioridades ineludibles. En el mundo, el capital es cada vez más globalizado, dice el sociólogo italiano Mauricio Lazzarato. La relaci6n capital trabajo no garantiza la seguridad social "desde el nacimiento a la muerte" y eso genera inseguridad. Estamos ante una acumulación capitalista que no se funda solo en la explotaci6n del trabajo en sentido industrial, sino en la explotaci6n del conocimiento, 1a viviente, la salud, el tiempo libre, la cultura, los recursos relacionales entre individuos, el imaginario, la formaci6n del hábitat. No se venden bienes materiales o inmateriales, dice Lazzarato, sino formas de vida, comunicación, educación, estándares de socialización, vivienda, transporte.
La globalización, según el sociólogo, "no es sólo extensiva (deslocalizaci6n), sino intensiva, y concieme tanto a los recursos cognoscitivos, culturales, afectivos y comunicativos (de la vida de los individuos) como los territorios, los patrimonios genéticos (humanos, vegetales y animales), los recursos de la vida de las especies y del planeta (el agua, el aire)".
Aristóteles asignó gran importancia al estudio de la felicidad. Para el filósofo, el bien más elevado es la felicidad y todos se proponen alcanzarla. La felicidad consistía -entre otras cosas- en poseer la sabiduría. Según él, la tarea de los seres humanos es el supremo bien, que solo se logra por la política. En el siglo XVIII, el filósofo ingles Jeremy Bentham sostenía que la mejor sociedad es aquella en que sus ciudadanos son más felices. En ética y moral (ámbito privado), tanto para Aristóteles como para Bentham la acción mejor será la que otorgue felicidad a mayor número de personas. EI economista Richard Layard, en "La felicidad", dice que "este es el máximo principio de la felicidad: fundamentalmente igualitario, porque la felicidad de todos cuenta por igual; y también fundamentalmente humano, porque sostiene que en ultima instancia lo que importa es lo que sientan las personas".
Algunos piensan que la felicidad es un bien privado. EI filósofo Thomas Hobbes propone que deberíamos pensar en los problemas humanos considerando a los hombres "como si acabaran de brotar de la tierra y, de repente (al igual que los champiñones) llegaran a la total madurez, sin ningún vínculo entre ellos". En cambio, yo lo pienso como algo colectivo: así como la política es una necesidad que no podemos eludir para la vida humana, la felicidad es algo relacionado con mi mente y la de otros.
Es una mente pública. Hannah Arendt habla de felicidad publica para expresar que de lo que se trata es "asegurar a muchos el sustento y un mínimo de felicidad", en contraposici6n a la antigüedad, cuando unos pocos se ocupaban de la filosofía (política) en desmedro de la mayoría. EI humano, dice Arendt, no es autárquico, sino que depende en su existencia de otros.
La vida que vale la pena es la por crear un mundo más feliz: donde no trabajen 242 millones de niños entre 5 y 17 años de edad (según la OIT), el salario de la mujer sea el mismo que el del hombre por igual trabajo, no se avale la desigualdad que generan sociedades indecentes como la nuestra. La decente es aquella en que los menos no humillan y avergüenzan a los más. Encuestas realizadas en Europa Occidental sobre los factores que influyen en la felicidad nos muestran que el amor es el "bien supremo", seguido por vivir en familia, la salud, el trabajo, la sociedad y el dinero. Pese a todo, el dinero y el consumo no han matado al ser social. La política debe concurrir a este propósito. Por desgracia, en buena parte del mundo la política tradicional genera lo opuesto: infelicidad, incertidumbre y desesperanza en las personas.

Claudio Vásquez Lazo, Ex Embajador (Diario “La Nación” 24.12.07)