Monday, May 12, 2014

RSE: no es filantropía


RSE: no es filantropía

RSE: no es filantropía
En nuestro país, la gran mayoría del empresariado ve la responsabilidad social más bien como una labor filantrópica y no como lo que es: Una acción de sustentabilidad para lograr un desarrollo sostenible que permita garantizar calidad de vida para la generación presente y futura. En otras palabras, un modelo de gestión exitoso es el que considera la identificación de los grupos de interés, los impactos que generan el negocio y los riesgos y oportunidades derivados de esos impactos.
Según el IFC (Corporación Financiera Internacional), grupo del Banco Mundial, en la actualidad la expresión “relaciones con los actores sociales” se está empezando a usar para describir un proceso continuo más amplio y más inclusivo entre una empresa y quienes podrían verse afectados por sus actividades, que abarca una variedad de actividades y enfoques, que se desarrolla a lo largo de toda la vida de un proyecto.
Esta evolución del significado de la expresión es “indicativa de cambios más generales en el mundo financiero y de los negocios, en el que se reconocen cada vez más los riesgos para las actividades comerciales y para la reputación que se derivan de una relación precaria con los actores sociales, y se hace cada vez más hincapié en la responsabilidad social de las empresas y en la transparencia y la difusión de información”.
En este contexto, mantener buenas relaciones con los actores sociales es un prerrequisito para una adecuada gestión del riesgo. En efecto, mientras más una empresa se hace cargo de sus impactos de manera responsable, más beneficios genera para el negocio.
Un gran número de empresas ha encontrado valor, ventajas y beneficios para sus negocios al invertir en modelos de gestión enfocados desde la sustentabilidad, pues les permite asegurar la sostenibilidad del negocio, perfeccionando su producción, disminuyendo costos y elevando su calidad. Además, su imagen corporativa y de marca se posiciona con una alta reputación, disminuyendo riesgos de mercado e incrementando la rentabilidad.
El asumir una estrategia de gestión sustentable permite a la empresa comprender el rol que juega dentro de la sociedad y que ese rol hay que asumirlo de forma responsable.
En nuestro país, por desgracia, los diversos casos de colusión, escandalosas repactaciones de deuda como las de La Polar, el Banco Santander y la generalizada falta de responsabilidad social empresarial, de las Isapres, Afps, telefónicas, farmacias, retails etc., nos muestran la necesidad de recorrer el camino correcto.
En el caso que de La Polar, la fuerte protesta pública y la consiguiente preocupación por la ética empresarial pone en duda las bases en que se sustenta el crecimiento económico del país.
En una entrevista al diario El País un catedrático de la London School of Economic decía, refiriéndose a las lacras que empañan la economía en España, como la corrupción, “el poder de los contactos frente a la meritocracia hace que la gente rechace el capitalismo porque cree que funciona a base de chanchullos”.
La economía de mercado en una sociedad necesita de legitimidad y eso solo lo entrega la transparencia y que las reglas del juego sean para todos iguales.
El caso del accidentado proyecto Hidro-Aysén nos sirve de ejemplo de cómo no se tienen que hacer las cosas. En efecto, en su momento el claro pronunciamiento de la candidata, hoy Presidenta Michelle Bachelet, en cuanto a que el proyecto de Hidro-Aysén es hoy inviable y que por lo tanto no se debía seguir construyendo, es una muestra palmaria de un proyecto que no tomó en cuenta los efectos sociales, medioambientales y culturales que significaban su implementación.
En respuesta a la candidata del Pacto Nueva Mayoría, el vicepresidente ejecutivo de la hidroeléctrica, redujo el problema a la necesidad “de un acuerdo político que promueva una línea de transmisión para todos los proyectos, y en esa medida va a ser viable HidroAysén”.
El señor gerente creyó erróneamente que la ciudadanía de la patagonia y del país no tienen opinión en este asunto: craso error cometen los inversores de este mega proyecto y que es también el de muchos otros empresarios, que no entienden que sus emprendimientos afectan a miles o millones de ciudadanos.
El profesor de ética de negocios de la universidad de Georgetown Washington D.C,  John M. Kline, señala en un artículo aparecido en un vespertino local que: “un aspecto preocupante del caso de La Polar es la cantidad de personas del sector privado e instituciones que no detectaron y/o tomaron medidas contra la conducta indebida de La Polar”.
Podemos concluir, como lo hace en el citado artículo el profesor Kline que algunos aspectos del escándalo sugieren que por lo menos una parte de la élite empresarial valoriza los negocios “ingeniosos” y las ganancias a corto plazo por encima de ser justos con los clientes, o incluso del éxito empresarial.
Hoy Chile es, según muchos observadores internacionales, un ejemplo de irresponsabilidad social empresarial. Y la pregunta que nace espontánea es: Donde están las leyes que pongan atajo a esta situación que provoca un serio daño social y de imagen país.
Las pocas empresas nacionales que han iniciado un camino hacia la responsabilidad social han desarrollado políticas encaminadas a su sostenibilidad, con el objetivo de abordar los impactos que generan sus negocios en las dimensiones, económicas, ambiental y social. En este entendido, se hace indispensable, el compromiso y la conducción que puedan ejercer los directivos de cada empresa, puesto que éxito de un modelo de gestión de sustentabilidad solo será exitoso si la alta dirección apuesta por la sostenibilidad del negocio en el largo plazo, con una visión estratégica de futuro.
En un informe del año pasado sobre la responsabilidad social empresarial, una consultora multinacional, le dice a sus clientes locales: que las empresas con responsabilidad social deben identificar a su entorno interesado (stakeholders): trabajadores, vecinos, clientes, accionistas etc., y determinar los impactos causados en la vida de sus comunidades y el medio ambiente; el identificar los riesgos y oportunidades de esos impactos; desarrollar iniciativas que agreguen valor a sus productos y servicios, generando “good will” contribuye al “blindaje social” del negocio.
Entender que una empresa genera impactos, ya sea por medio de sus operaciones o por los servicios que ofrece, permite que la compañía los pueda considerar y asumir como parte de su planificación  estratégica, logrando aminorar o bien reducir progresivamente esos impactos.
En nuestro país, la gran mayoría del empresariado ve la responsabilidad social más bien como una labor filantrópica y no como lo que es: Una acción de sustentabilidad para lograr un desarrollo sostenible que permita garantizar calidad de vida para la generación presente y futura. En otras palabras, un modelo de gestión exitoso es el que considera la identificación de los grupos de interés, los impactos que generan el negocio y los riesgos y oportunidades derivados de esos impactos.
El nuevo contrato que la sociedad requiere para que seamos un país más rico y equitativo necesita del concurso de todos los sectores. En efecto, sin leyes que regulen el crecimiento sustentable basado en la ética y las buenas prácticas, sin canales para la expresión de los actores sociales y sin emprendedores comprometidos con la sustentabilidad, no seremos una nación desarrollada.

Claudio Vásquez Lazo
Militante PPD, ex Embajador.

Economia: Crisis sistémica


Columnas
10 de mayo de 2014

Economía: Crisis sistémica

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Ex embajador

El economista estadounidense, profesor de Harvard y director del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia Jefrey Sachs nos relata en su libro El Precio de la Civilización que, a mediados del siglo XVIII, el filósofo Jean Rousseau rechazó la idea que provenía de Gran Bretaña y que pregonaba el libre intercambio de bienes y servicios, y la búsqueda del interés propio por los actores económicos genera prosperidad. Según el filosofo francés en una sociedad comercial las “personas son codiciosas, violentas, bribonas y ambiciosas” y todo esto genera miseria y la opulencia.
Aparentemente pareciera que la sentencia de Rousseau cobra actualidad en la economía global y particularmente en el Chile de hoy. En efecto, en su libro Sachs nos indica que posiblemente nos encontramos ante una crisis no sólo económica y política, sino en una “verdadera crisis sistémica que puede poner en riesgo a las democracias y repúblicas en Occidente “.
Las duras declaraciones del presidente de la AFP Habitat, José Antonio Guzmán, en el sentido de que “los empresarios descontrolados por la codicia causan desprestigio de la clase empresarial”, apuntando a los escándalos de La Polar, el caso Cascadas y el cuestionado aumento de capital de Enersis, parecieran coincidir con la idea de Rousseau en relación a la codicia y ambición de la clase empresarial. Para Guzmán no escapa que las malas prácticas empresariales han provocado que los empresarios ocupen los últimos lugares en la apreciación social. El empresario se hace la pregunta –y nosotros también– de cómo es posible que los directores de las empresas señaladas e imputadas como malos gobiernos corporativos que causaron daño enorme a sus clientes continúen en sus cargos. Y que los sectores políticos, “ni moros ni cristianos” como dice Guzmán, hayan reaccionado respecto a estos escándalos.
La pregunta del ex presidente de los empresarios chilenos pareciera tener algunas respuestas en el libro del economista norteamericano arriba mencionado y tiene que ver con la restauración de los valores de la responsabilidad social de los empresarios, por un lado, y el abandono de cualquier compromiso de responsabilidad de la élites gobernantes, los superricos, los altos directivos que “sólo persiguen la riqueza y el poder, y que los demás se busquen la vida”, nos dice Sachs.
La economía chilena –al igual que la de todos los países capitalistas– cada día da cabida a menos sectores de la sociedad. En efecto, en nuestro país se ha desbocado el auge de la fortuna y de la miseria, mientras que a las políticas gubernamentales las aqueja un déficit crónico de resolución que ponga atajo a este verdadero escándalo social. La reforma tributaria podría ser un primer pequeño paso para disminuir la brecha entre ricos y pobres vía la educación.
Mientras en nuestro país la derecha aboga por menos Estado y, por ende, menos intervención de Gobierno, en su libro El precio de la civilización Sachs plantea que hoy necesitamos más Gobierno que esté a la altura de las modernizaciones a que obligan los retos específicos de la economía interconectada.
Según el economista, bajo la crisis económica americana subyace una crisis moral: la élite económica y política cada vez tiene menos espíritu cívico y agrega que de poco sirve tener una sociedad con leyes, elecciones y mercados si los ricos no se comportan con respeto, honestidad y compasión hacia el resto de la sociedad y hacia el mundo.
La globalización, como lo hemos manifestado en otros artículos en El Mostrador, ha creado ganadores y perdedores: Los ganadores son los empresarios y las elites económicas, financieras y políticas en países globalizados, y los perdedores son las masas asalariadas de países como el nuestro.
Por otro lado, la globalización económica, según Sachs, también ha creado problemas serios, tales como: el aumento de la evasión fiscal debido a la rápida proliferación de paraísos fiscales en todo el mundo. Las empresas multinacionales en general –y los monopolios en nuestro caso– tienen mucho más posibilidades de evadir impuestos. Como sabemos, este fenómeno fue denunciado como una de las lacras por el último encuentro del Foro Económico Mundial de Davos en enero recién pasado. Otra lacra muy relevante es la amenaza de perpetuar las diferencias entre ricos y pobres, que hoy supone un nivel de desigualdad sin precedentes.
No me llama la atención la virulencia de los ataques del empresariado a la reforma tributaria del Gobierno, es parte de la creencia –ideología ciega la llama el economista Ricardo Ffrench-Davis– que todavía pueden seguir manteniendo el estado de cosas imperante hasta ahora. No se dan cuenta de que la situación de injusticia en la distribución de la riqueza tocó fondo y que amenaza la estabilidad democrática. La economía chilena –al igual que la de todos los países capitalistas– cada día da cabida a menos sectores de la sociedad. En efecto, en nuestro país se ha desbocado el auge de la fortuna y de la miseria, mientras que a las políticas gubernamentales las aqueja un déficit crónico de resolución que ponga atajo a este verdadero escándalo social. La reforma tributaria podría ser un primer pequeño paso para disminuir la brecha entre ricos y pobres vía la educación.
La derecha se ha escandalizado con la reforma presentada y que tiende a estrechar las diferencias. Lo que sí es un escándalo es la incapacidad de ponerse en el lugar de los sectores que viven con el sueldo mínimo. De acuerdo con la reciente declaración de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en París, para enfrentar la brecha entre ricos y pobres las políticas gubernamentales tienen que enfocarse no sólo en los ingresos, sino también en un mejor acceso a la educación, salud e infraestructura pública de calidad. En todo caso, no hace bien que ciertos sectores de la Nueva Mayoría se cierren a un diálogo de ideas que enriquezcan la reforma tributaria.
Según el libro Desigualdad, de Richard Wilkinson y Kate Pickett, citado por Zygmunt Bauman, la calidad de vida de una sociedad no se mide a través del ingreso medio, sino mediante el grado de desigualdad en los ingresos. El alcoholismo, la violencia, la criminalidad y demás patologías sociales aumentan cuando lo hacen las desigualdades, aunque la riqueza global se incremente, nos dice el sociólogo en una entrevista que publicó el diario El País.
Lo anterior hace reflexionar a Bauman en su último libro ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?, donde señala que en los treinta años posteriores a la Segunda Guerra Mundial las políticas estatales intentaron que aumentase la riqueza total, pero que también la distribución de la misma alcanzara a la mayor cantidad de gente posible, de modo que cada vez más personas se pudieran incorporar a una situación de bienestar. Sin embargo, a partir de la década de los setenta, esta tendencia se invirtió, acelerándose ahora de modo preocupante.
Según el Papa Francisco –citado por Bauman–, para señalar cómo estas diferencias de ingresos se han hecho evidentes: “Las Ganancias de una minoría están creciendo exponencialmente, lo que provoca que también crezca la brecha que separa a la gran mayoría de la prosperidad que disfrutan esos pocos felices”.
Las consecuencias sociales de esta desigualdad y la masiva concentración de los recursos económicos en unos pocos trae como consecuencia –entre otras– que la llamada clase media y el proletariado formen parte de una nueva clase conjunta que el sociólogo polaco llama El Precariado. Según Zigmunt Bauman el Precariado es: gente que no está segura de su futuro.
Las leyes del mercado implican que la empresa en que trabajas pueda ser devorada por otra y tú te vayas a la calle, perdiendo de pronto todo lo ganado en una vida: nadie está seguro, nadie confía en el porvenir, de un día para otro pasas de ser parte de la difusa clase media a la gran masa de los sin empleo, sin leyes de mitigación que te amparen. Chile es un caso paradigmático de cómo sectores que se toman como “capa media empobrecida” desvelan una pobreza indignante después de los recientes terremotos del Norte y el incendio de Valparaíso.
Según Bauman y Sachs la brecha de las desigualdades ha roto la cohesión social y ha dejado a las sociedades privadas de los beneficios de la confianza social. Para ambos, los ricos han cavado sus trincheras y se han parapetado en sus castillos respecto al resto la población. A mi juicio, este es el problema que enfrenta nuestro país y con ello la pérdida de confianza de los ciudadanos en sus instituciones.
La crisis de los valores de la solidaridad y cooperación entre clases: de la obligación que tienen los más ricos de devolver vía impuesto lo que corresponde a toda la sociedad. La desigualdad es corrosiva y destruye a las sociedades desde dentro y hace que Chile viva una crisis sistémica que no tiene solución por la ceguera de sus élites. Por lo anterior, el suicidio de jóvenes y ancianos ha dejado de ser un patrimonio doloroso de los países desarrollados.
Hay un precio que no podemos permitirnos pagar y que es que la ceguera de unos pocos hipoteque el horizonte de nuestros jóvenes y lance a nuestros ancianos a la precariedad más absoluta. El futuro incierto para millones de ciudadanos hace más imperativo que nunca el retomar la senda de una distribución de la riqueza que genera el trabajo más justa y equitativa.

Tuesday, May 6, 2014

¿Es Chile una sociedad decente?


¿Es Chile una sociedad decente?

¿Es Chile una sociedad decente?
La vida que vale la pena es la por crear un mundo más feliz: donde no trabajen casi 300 millones de niños entre 5 y 17 años de edad, (según datos de la OIT), donde no mueran de frío indigentes en las calles de nuestras ciudades, donde la educación sea de calidad para todos, donde el salario de la mujer sea el mismo que el del hombre por igual trabajo, en definitiva no se avale la desigualdad que generan sociedades indecentes como la nuestra.
En estos momentos en que muchos chilenos estamos viviendo momentos difíciles es más necesario que nunca confrontar ideas y propuestas que nos permitan seguir construyendo un Chile libertario, que combine el desarrollo económico con idénticos niveles de igualdad y bienestar.
¿Podemos decir que en nuestra vida nos hemos caracterizado por ser  agentes del cambio?
Ampliar las libertades ciudadanas, garantizar mayor acceso femenino a niveles de decisión, respetar a la tierra ; aceptar la diversidad sexual, respetar los derechos del niño, el anciano y las etnias; impulsar reformas a la educación, laborales y previsionales: ésas han sido algunas de nuestras preocupaciones.
El desafío que tenemos es aprender de los errores pasados. Imaginar la sociedad que queremos requiere un diálogo confrontacional de ideas, por la atingencia -aunque parezca paradójico en este momento- de poner la idea de felicidad como un eje central del discurso político, en un mundo partidario aquejado de una alarmante ceguera.
Los movimientos sociales que hoy se manifiestan en las calles han puesto énfasis en los cambios reales aquí y ahora. En el país somos mayoría los que pensamos que el movimiento social quiere una patria inclusiva, donde libertad, igualdad y felicidad sean prioridades ineludibles.
En el mundo, el capital es cada vez más globalizado, dice el sociólogo italiano Mauricio Lazzarato. La relaci6n capital trabajo no garantiza la seguridad social “desde el nacimiento a la muerte” y eso genera inseguridad. Estamos ante una acumulación capitalista que no se funda solo en la explotaci6n del trabajo en sentido industrial, sino en la explotación del conocimiento, la vivienda, la salud, el tiempo libre, la cultura, los recursos relacionales entre individuos, el imaginario, la formación del hábitat.
No se venden bienes materiales o inmateriales, dice Lazzarato, sino formas de vida, comunicación, educación, estándares de socialización, vivienda, transporte.
La globalización, según el sociólogo, “no es sólo extensiva (deslocalización), sino intensiva, y concierne tanto a los recursos cognoscitivos, culturales, afectivos y comunicativos (de la vida de los individuos) como los territorios, los patrimonios genéticos (humanos, vegetales y animales), los recursos de la vida de las especies y del planeta (el agua, el aire).
Aristóteles asignó gran importancia al estudio de la felicidad. Para el filósofo, el bien más elevado es la felicidad y todos se proponen alcanzarla.
La felicidad consistía -entre otras cosas- en poseer la sabiduría. Según él, la tarea de los seres humanos es el supremo bien, que solo se logra por la política.
En el siglo XVIII, el filósofo inglés Jeremy Bentham sostenía que la mejor sociedad es aquella en que sus ciudadanos son más felices. En ética y moral (ámbito privado), tanto para Aristóteles como para Bentham la acción mejor será la que otorgue felicidad a mayor número de personas.
EI economista Richard Layard, en “La felicidad”, dice que “este es el máximo principio de la felicidad: fundamentalmente igualitario, porque la felicidad de todos cuenta por igual; y también fundamentalmente humano, porque sostiene que en última instancia lo que importa es lo que sientan las personas”.
Algunos piensan que la felicidad es un bien privado. EI filósofo Thomas Hobbes propone que deberíamos pensar en los problemas humanos considerando a los hombres “como si acabaran de brotar de la tierra y, de repente (al igual que los champiñones) llegaran a la total madurez, sin ningún vínculo entre ellos”. En cambio, otros lo pensamos como algo colectivo: así como la política es una necesidad que no podemos eludir para la vida humana, la felicidad es algo relacionado con mi mente y la de otros.
En “Una mente pública” Hannah Arendt habla de felicidad pública para expresar que de lo que se trata es “asegurar a muchos el sustento y un mínimo de felicidad”, en contraposición a la antigüedad, cuando unos pocos se ocupaban de la filosofía (política) en desmedro de la mayoría. EI humano, dice Arendt, no es autárquico, sino que depende en su existencia de otros.
La lucha de los ciudadanos del mundo -y en especial de Chile hoy- es impedir que nos transformen en consumidores inconscientes en una  realidad social profundamente desigual. La pregunta que nos hacemos es, si la política partidaria ha ayudado a nuestra sociedad en la búsqueda de más justicia, igualdad y felicidad. La política debe concurrir a este propósito. Por desgracia, en buena parte del mundo la política tradicional genera lo opuesto: infelicidad, incertidumbre y desesperanza en las personas.
La vida que vale la pena es la por crear un mundo más feliz: donde no trabajen casi 300 millones de niños entre 5 y 17 años de edad,(según datos de la OIT), donde no mueran de frío indigentes en las calles de nuestras ciudades, donde la educación sea de calidad para todos,  donde el salario de la mujer sea el mismo que el del hombre por igual trabajo, en definitiva  no se avale la desigualdad que generan sociedades indecentes como la nuestra.
La decente es aquella en que los menos no humillan y avergüenzan a los más.
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Claudio Vásquez Lazo
Militante PPD, ex Embajador.